El recordado teatro Tamberlick y la historia que encerraba

Episodios vigueses

El Gran Teatro Circo Tamberlick era un centro polivalente para todo tipo de espectáculos, desde la ópera al circo

El viejo teatro Tamberlick.
El viejo teatro Tamberlick.

Viendo viejas fotos de otro tiempo, siempre he pensado que, por su historia y su propia arquitectura de teatro italiano, en otra ciudad con una sensibilidad que en Vigo no se practica, quizá se hubiera conservado el Tamberlick, de lo que nos queda el recuerdo de su fachada. En estos casos se precisa que las autoridades públicas, que destinan tanto dinero a cosas pasajeras, pusieran un poco más empeño en conservar elementos valiosos de la propia arquitectura patrimonial que ha perfilado la ciudad. Y Vigo es ejemplo de todo lo contrario. Pero en el caso de este teatro tengo yo una experiencia personal especialmente grata, por cuanto tuve acceso a los fondos del propio archivo de la empresa Fraga, literalmente tirados en una de sus estancias, cosa a la que ya he aludido en otra ocasión, y sobre la que hoy quiero volver.

El Gran Teatro Circo Tamberlick era un centro polivalente para todo tipo de espectáculos, desde la ópera al circo. Fue inaugurado el 11 de octubre de 1882 y tomó su nombre del tenor italiano Enrico Tamberlick que lo inauguró. Cerrado y demolido en 1991 prestó gracias servicios a la ciudad, como lugar de todo tipo de encuentros culturales y políticos. Hace algunos años, cuando se cerraron este cine y otras salas de la empresa Fraga, el gerente de la empresa inmobiliaria que adquiría los locales, que era mi amigo, me invitó a pasar por allí por si quería recoger algún recuerdo. Había por allí carteles, fajos de entradas, rollos del NO-DO y de películas y todo el material de un cine vivo, incluidos los uniformes de los acomodadores. Todo estaba listo para una función que ya no se daría. Daba pena.

Pero, sobre todo, entre otras, hallé una carpeta de la empresa Fraga, que contenía los contratos de las artistas diversas que durante años vinieron a actuar a Vigo y a Galicia. En los años diez al veinte del pasado siglo. Allí estaba viva la historia de los cafés cantantes, cafetines, teatros, circos de variedades y cines, donde reinaba sin discusión posible Isaac Fraga, quien a comienzos del siglo XX se anunciaba como empresa de espectáculos en la región gallega fundamentalmente y más allá. Decía su publicidad que aparte de espectáculos de primer orden, se dedicaba a siempre grandes atracciones; compra, venta y alquiler de películas, monopolio exclusivo para Vascongadas, Navarra, Castilla la Vieja, León, Galicia y Asturias». Casi nada.

Soy consciente de que recuperé esa parte de la historia de Vigo y de Galicia que iba a ser sencillamente arrojada a la basura si no llego a tiempo. Desde hace tiempo, tengo pendiente dar una conferencia sobre este asunto y proyectar los curiosos documentos que contiene aquella carpeta. En sus tiempos de esplendor, Isaac Fraga controlaba cines y teatros de Galicia: los Principal de Santiago y Pontevedra, respectivamente; el Jofre de Ferrol, el Odeón de Vigo, el RosaIía de Castro de A Coruña, el Principal de Monforte, la Sala Apolo de Orense, el Pabellón Lino, en A Coruña, y el Salón Parisina de Burgos, entre otros.

Antes de que las ratas o el servicio municipal de recogida de basuras dieran cuentan de los amarillentos documentos, quiso la casualidad que vinieran a caer en mis manos, donde se conservan. Aquellos contratos eran muy minuciosos. Se decía, entre otras cosas, que las artistas tenían que estar media hora antes del inicio de la sesión en su camerino y que, “por los casos fortuitos de fuerza mayor, como guerra, motín, incendio, suspensión por orden gubernativa o por cualquier otra causa independiente de la empresa, podrá suspender o anular el presente contrato”. Ayer, como ahora, los representantes percibían el diez por ciento del sueldo pactado en los contratos. Las cupletistas y artistas de variedades viajaban, en su mayoría en tercera, y algunas, como Emilia Bracamonte, de la que sabemos por su contrato que actuó en los teatros de Fraga en Galicia en agosto de 1919, imponían a éste el pago del exceso de equipaje con que se desplazaba, eso sí, en segunda clase, según su categoría.

Algunas de las cláusulas de aquellos contratos son realmente curiosas, por cuento se tenía en cuenta la opinión del público, según la artista fuera o no de su agrado. O sea, que cuidado con el pataleo. En ese sentido, leemos en la octava cláusula del contrato correspondiente a la actuación de Conchita Ledesma para los teatros Principal de Ourense y Santiago, respectivamente, del 4 al 9 de mayo de 1918: “Cuando la artista fuese ruidosamente protestada por el público durante tres noches consecutivas, la Empresa de reserva el derecho a rescindir el presente contrato, sin que por el Artista pueda exigirse indemnización alguna”. Si la cupletista se ponía enferma no cobraba nada y a los tres días el contrato se rompía.

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